” El arte es tan ordinario y tan cercano al ser humano, que se tuvo que inventar el concepto de obra de arte para apartarlo. Cualquier sociedad no podría entenderse sin el arte, puesto que éste no es más que la constatación de todas las singularidades y características que la hacen ser de esa manera tan específica. Por ende, cualquier manifestación que el ser humano realice de la cotidianeidad ordinaria, determinada por las circunstancias de la época a la que pertenezca, estará sujeta al concepto de arte.
Pero, como dije al principio, una cosa es el arte y otra muy distinta la obra de arte, ya que ésta última es la justificación de la existencia de museos y galerías. No pretendo decir con esto que los museos y galerías no tengan utilidad para la sociedad, sino que hacen del arte otra cosa diferente, un producto que pierde el carácter de ordinario para convertirse en espectáculo contemplativo de rango extraordinario, que limita su comprensión a reducidos grupos de entendidos en la materia, más afines con los intereses del mercado que marcan tendencias, que con lo verdaderamente esencial del arte. Es decir, la comunicación que debe establecerse entre la obra de arte y el observador debe darse con la gran mayoría de quienes la contemplan, y no formar monólogos entendibles sólo por quienes pretenden beneficiarse de la excepcionalidad.
Por otro lado, servirse del arte para expresar los sentimientos o las emociones hacia los demás, lleva implícito el compromiso social del artista. El artista tiene como principal misión el intentar cambiar las cosas de la sociedad que no le gustan, y, por ello, el verdadero arte tiende a molestar, a incordiar, incluso a no gustar, o a ser rechazado, sencillamente, porque lo que transmite desagrada a los que no desean que nunca cambie nada, que todo permanezca tal y como es aunque no esté bien. Y esto es precisamente lo que caracteriza al arte y lo que llega de forma directa a la sociedad, la reivindicación de los cambios que podrían hacer de este mundo un mundo mejor, que, en definitiva, es la cosa más ordinaria en nuestra sociedad.
El arte sirve para mostrar autenticidades ordinarias en todo su esplendor, por muy descarnadas que sean, aún a riesgo de ser definitivamente rechazado. Tampoco el arte debe limitarse al agrado del insensible, porque entonces aparece la frustración del artista, que obedece directrices y se pierde el carácter de su obra en aspectos puramente contemplativos, que no aportan si no objetos que se alejan del deseo por el cual crea.
Subyugarse al mercado pone en peligro el valor del arte, en cuanto que se nutre de una demanda impuesta, por lo que el verdadero artista debe proteger el interés de su creación frente al canibalismo hambriento que tiende a comérselo por mero consumo.
Para finalizar, el arte no solo sirve como instrumento social al cambio de las cosas, sino que sirve para colmar los deseos del artista al poder crear con libertad. “
En Jaén a 4 de febrero de 2012
Fdo: Manuel Agustín Poisón Almagro